Hace más de 5 años, en marzo de 2002, con ocasión de un nuevo sometimiento a proceso del Brigadier Miguel Krassnoff Martchenko, escribí una columna, de la que extraigo los siguientes párrafos:
“Los cargos son los mismos, y por los cuales se le viene interrogando por diferentes jueces durante 24 años, sin habérsele podido comprobar culpabilidad alguna. El entonces Teniente Krassnoff cumplió su deber militar combatiendo a extremistas subversivos, pero en actividades y formas totalmente diferentes a las que se le imputan.
El odio marxista está persiguiendo a un ciudadano chileno, como el Brigadier Krassnoff, en el fondo por tener un parentezco muy cercano con la destronada familia imperial rusa. Su abuelo, el Teniente General, Príncipe Pedro Nicolaevich Krassnoff fue el último Comandante en Jefe de los Cosacos de todas las Rusias, y su padre, también de la realeza, finalizó la II Guerra Mundial con el grado de Mayor General del Ejército Cosaco. En 1945, las autoridades aliadas de ocupación los entregaron a Stalin, bajo promesa de respeto de sus derechos, pero fueron asesinados y sus restos hechos desaparecer. Igual suerte había corrido años atrás, con Lenin, toda la familia imperial del Zar Nicolás II de Rusia.
El niño huérfano, traído por miembros de su familia a nuestro país, creció acá e ingresó en su momento a la Escuela Militar para seguir en Chile la carrera de las armas, según su tradición familiar. Al egresar renunció a su nacionalidad de origen y obtuvo su carta de ciudadanía chilena, con lo que pudo ser investido como Alférez del Ejército de Chile, dentro del cual cumplió un brillante desempeño. No alcanzó el generalato solamente por consecuencia del constante asedio judicial del marxismo.
No ha existido en nuestra judicatura el necesario momento de lucidez, para comprender que este Krassnoff chileno, después de su particular experiencia familiar, tiene un visceral rechazo a prestarse o aventurarse a participar en situaciones como las que a él y a su familia le produjeron tanto dolor.
Me pregunto, ¿hasta cuándo los jueces de mi patria seguirán violando la normativa legal chilena vigente, especialmente relativa a la prescripción de los delitos y a la amnistía, cuando se trata de militares que debieron enfrentar una subversión armada? Pues respetan estrictamente dicha normativa, si los acusados son los marxistas, aún cuando sean responsables de homicidios, secuestros, torturas, atentados dinamiteros y asaltos a instituciones civiles o militares, porque en esos casos sí que nuestros jueces se niegan a abrir procesos invocando precisamente la prescripción.
¿Cuándo van a cesar en el odio o la debilidad, y van a permitir la reestructuración de la sociedad chilena dentro del pluralismo y la igualdad ante la ley, del respeto a las instituciones y a la verdad histórica, y al derecho de las nuevas generaciones a desarrollar un mejor futuro, libre del revanchismo por situaciones de 30 años atrás, que nosotros, sus mayores, no supimos o no quisimos encauzar por las vías adecuadas?”
Krassnoff ha terminado siendo condenado después de más de 30 años, por delitos que no cometió, y naturalmente sin ninguna prueba de alguna participación suya en los hechos investigados, y se encuentra cumpliendo en la cárcel de Punta Peuco las sentencias más injustas y más infundadas que hayan sido dictadas en nuestro país.
Los pormenores procesales, extraídos de los expedientes respectivos, pueden leerse en el libro de reciente aparición titulado “Miguel Krassnoff, prisionero por servir a Chile” cuya autora, Gisela Silva Encina, señala Hermógenes Pérez de Arce en su columna de El Mercurio, “cuenta de que en tres casos lo procesan por la detención de personas acá, siendo que él estaba en Bolivia. En otro lo condenaron a 10 años por una detención ocurrida cuando permanecía en los Estados Unidos. Y, en fin, está inculpado por otra que tuvo lugar cuando acompañó a Pinochet a España, en 1975. Cualquiera puede comprobarlo en los expedientes, menos los jueces. El más sañudo de éstos nunca siquiera lo ha interrogado, de modo que hace las veces de la obligada «declaración indagatoria» una fotocopia obtenida de otro juicio. Ministros que sí lo han interrogado le han manifestado estar convencidos de su inocencia, pero «usted sabe cómo son las cosas». Y agrega: “Claro, tres jueces que hace años sobreseyeron a Krassnoff fueron acusados constitucionalmente por la Concertación, así es que los demás aprendieron. Es la justicia que tenemos.”
No exageré cuando en una dedicatoria estampada en un valioso libro jurídico que perteneció a mi padre, y que regalé a un nieto interesado en el derecho, escribí, reproduciendo el antiguo adagio, de tiempos parecidos a los actuales, aunque no tan extremos como los actuales:
“Si justicia quieres obtener,
tres cosas has menester:
la razón tener, saberla exponer,
y que te la quieran conceder.”
Hemos llegado en nuestro país a tal descomposición moral, que a quienes están llamados por la ley y obligados por sus juramentos a respetar y hacer respetar la constitución, la violación de las normas que regulan los procedimientos judiciales y el debido proceso, parece no turbarles el sueño.