Por Luis Montero V.
Chile junto con ser nuestro, es un hermoso país. Los parajes de Chile peninsular e insular son tan incomparables como maravillosos. Nuestra historia patria, folclor, cocina, entre otros aspectos que conforman nuestra nacionalidad, constituyen una verdadera e inagotable fuente de inspiración para poetas o cantores populares. Mas, también tenemos una peculiaridad que nos distingue, algo complicado que no nos permite crecer; unos dirán “chaqueteros”; otros, “jodidos”, “envidiosos”. Pero como se llame, tampoco hacemos nada por superarlo.
En efecto, suceden hechos que calan el alma nacional y nosotros impávidos. Nadie dice ni reclama nada. Es como si las cosas sucedieran en Marte o Júpiter. Para muestra, tres “botoncitos”:
Murió en la cárcel Paul Schäefer. Y, ¿qué tiene de particular dirá usted?. Bueno, allí está la cuestión. Resuena aún la parafernalia hecha a propósito de su captura en Argentina y posterior encarcelamiento en Chile? ¿Se acuerda todo lo que se dijo?: “En este país (o sea, el nuestro) las instituciones funcionan”, “nadie está por sobre la justicia”, “la justicia tarda pero llega”, “somos un país serio”. Palabras, sólo palabras. Definitivamente, en este caso, las instituciones no funcionaron. En primer término, Schäefer fue encontrado en Argentina por un equipo periodístico de Canal 13 y no por la policía chilena; segundo, pese a todo lo que se habló, aquél sólo tuvo dos sentencias de término cuyo monto fueron mínimas y que, de no haberse llamado Paul Schäefer, con seguridad, las habría cumplido con el régimen de libertad vigilada. ¿Y los procesos pendientes? ¿Qué pasa con las eventuales víctimas cuyos procesos no alcanzaron a ser fallados? Bien gracias. ¿Sabremos algún día la verdad acerca de lo que pasó y cómo llegó él a donde llegó? No, nunca. Desde esta tribuna se lo adelantamos enfáticamente. En Chile, mal que nos pese, la justicia es omnipotente. “Muerta la perra, se acaba la leva”. Terminado.
En mi Quillota natal, hace ya muchos años atrás, mi abuelo con su proverbial sabiduría, me decía: “fíjese niño en los políticos de hoy, porque usted tendrá que votar por los hijos de éstos mañana”. ¡Cuánta razón tenía! Nuestra fronda política no se renueva: son los mismos apellidos repetidos a través del tiempo: Frei; Allende, Alessandri, Coloma, Zaldívar, Latorre, etcétera. Fueron sus padres, hoy sus hijos y mañana, sus nietos, quienes gobiernan. No cabe nadie más. Algunos dirán, son personas de auténtica y genuina vocación por el servicio público; quizá sea así, y si no…
Bueno, y qué dice de aquellas familias que ocupan transversalmente el espectro político nacional: los Piñera, los Coloma, los Latorre, los Walker, los Chadwicks y otros. Lo feo e impresentable, no está en el hecho que aquellos tengan posturas políticas divergentes, sino en que éstos alcanzan puestos de relevancia en veredas distintas. Dicho de otro modo, tales familias están siempre “capicúa”. Alguien de los suyos, estará sí o sí en las esferas del poder. Sólo un ejemplo; mientras don Juan Antonio Coloma, oficia de presidente de la UDI, su hermano Pablo, del PPD, era el Director del FOSIS desde el gobierno de la doctora Bachelet. Inteligente ¿no? No hay nada de irregular o ilegal, pero… “La mujer del César no sólo debe ser honesta, sino que además parecerlo”. Entonces, si usted cree que algún día, uno de sus retoños podría ser un político nacional de fuste; vaya paulatinamente desechando tal idea, pues por los siguientes veinticinco años, no hay espacio para nadie más, a no ser, claro está, que convenga a estas familias el ingreso de alguien que ayude a sus “altos, desinteresados y altruistas” propósitos.
Hace un tiempo atrás, nuestra Iglesia Católica anunció la iniciativa de pedir al gobierno indultos con motivo del Bicentenario. Transversalmente, el mundo político, con reservas, no se opuso, pues el prurito de dar beneficios a los presos políticos militares siempre está presente. Hoy, como la misma Iglesia, por las razones dolorosamente conocidas está un tanto alicaída, la idea de los indultos ha perdido fuerza. ¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra? Vaya usted a saber. Pero lo que subyace, es que en nuestro Chile querido, no se valora la calidad de las ideas, sino la de quien las presenta. Si aquél se desgracia, caen estrepitosamente las ideas. Curioso.
Y todas estas cosas suceden a diario. Nadie dice nada, porque mientras no le afecte su metro cuadrado, a nadie le importa nada. Así es como la nepótica fronda política chilena ha ganado sus espacios en la historia nacional.
Mientras tanto, acordándome de las proféticas palabras de mi abuelo en Quillota, les digo a mis nietos, que más vale estudiar para llegar a ser buenos profesionales o técnicos, sin inmiscuirse en la política, pues por apellidos nunca llegarán allí a ninguna parte y sepan, además, darle importancia a la calidad de la carta y no a la del cartero.